quarta-feira, 13 de junho de 2012

RESCATADOS DEL OLVIDO


      Era una noche de invierno y no me apetecía pasear al perro. Salí sin ganas, y al acercarme al contenedor, observé un bulto verde. No salía de mi asombro. ¡Las obras completas del poeta chileno Neruda descansaban en la acera junto a otros dos libros de menor interés literario! Amparada en la penumbra, miré a ambos lados, y como si estuviera saqueando la tumba de Tutankamon, las guardé bajo el abrigo con una mezcla de agitación y repugnancia. Me fui de allí reflexionando sobre un país que tira los clásicos a la basura mientras se deleita con programas de dudosa reputación. Llegué a casa tan emocionada como si hubiese salvado el Amadís de Gaula de la hoguera de Don Quijote.
    Al día siguiente, les conté la experiencia a mis alumnos de la ESO que, entre divertidos e incrédulos, aguantaban estoicamente otra de mis historietas. Mientras lo narraba, pensé que si unos tiraban los libros, otros los podríamos rescatar, pero… ¡No! No podía embarcar a unos chicos en la búsqueda de libros perdidos o abandonados por dueños desaprensivos. Tuve una idea mejor. Cada niño podría traer el libro que ya no quisiese, ese que repudiaba, y que nosotros, “los buenos”, salvábamos de la hoguera del olvido y del polvo de la estantería. La iniciativa empezó a calar en ellos como ocurre con todo lo nuevo. ¡Manos a la obra! Confeccionamos carteles y los repartimos por todas las clases desde Primaria a Bachillerato. La noticia se expandió en unas horas como petardo en manos de adolescentes.
    Fuimos visitando los cursos machaconamente, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Ampliamos la fecha y pasamos de puntillas por el “Día del Libro”. Una semana después, comenzaron a llegar los primeros ejemplares y siempre había alguien dispuesto a llenar la  bolsa de ese abnegado alumno que pasaba diariamente por las clases. Su figura tenía algo que ver con  la de un nuevo flautista perseguido por los libros.
    ¡Necesitamos una mesa! -gritaba yo eufórica- ¡Que sean dos! ¡No nos podéis dejar sin pupitres  en 2º B! -clamaba una alumna que no entendía qué estaba pasando. Así se fue haciendo realidad aquel sueño de una noche de invierno.
    “Por cada libro aportado os podéis llevar otro” les repetíamos, pero… ¿para siempre? Sí, para siempre. Un libro nuevo con el que tejer bellos sueños.
    Y como quien redacta estas líneas ya cuenta con demasiadas primaveras robadas al calendario, recordé aquellos años infantiles en los que un cromo era un tesoro, aquellos “mini-cuentos” de princesas que yo cambiaba semanalmente en “La Casetina”, aquel quiosco de mi pueblo que me enseñó a matar el hastío de las tardes de obligada siesta en un pueblo muy al sur de Extremadura; me hizo recordar las noches  en las que leer era la alternativa más placentera a compartir las dos únicas cadenas de TV con familiares y amigos. Y es que éramos niños pobres, en una región secularmente pobre y ya sabemos que el ingenio y la imaginación son huéspedes permanentes en casa del necesitado.
   ¿Hemos fomentado la lectura? No lo sé, pero ese ”tráfico” de libros y cuentos de casa en casa ha involucrado a unos niños, a unos profesores, a unos padres y a una Comunidad Educativa entera, la del Colegio “La Asunción”, mi Colegio.

                                                                        Mª Modesta Sayago Brazo
                                                       Profesora de Lengua Castellana y Literatura
                                                            Colegio   “L A  ASUNCIÓN”   Cáceres

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